Nos levantamos temprano y a las 9, al salir de la habitación, Hacer nos está ya esperando con el desayuno listo: nuevamente pepino, tomate, queso, aceitunas, sandía, un huevo hervido y pan con mantequilla y mermelada. Para beber, té de manzana, elma çayi. Antes de salir, les comentamos que vamos para Selçuk, al oeste de Turquía, y nos recomiendan la pensión de unos amigos que tienen allí.
El viaje en autobús está vez será durante el día y corto, apenas 3 horas. Llegamos y en la misma estación empezamos a recibir distintas ofertas. Al final, nos dejamos engatusar por un señor que nos lleva al “Jimmy’s hotel”. De buenas a primeras, no me encanta. No he visto las habitaciones, pero tiene pinta de hotel, con recepción y tal, y creo que tengo ganas de algo más sencillo a modo de albergue o pensión. Alfonso sale a llamar al que nos habían recomendado u otros que vienen en la guía mientras yo releo en la pared del establecimiento las diferentes opciones turísticas que ofrece la región. Al final, cuando nos decidimos a ver una de las habitaciones por 30€ sin desayuno, nos dicen que la acaban de reservar y que ya no hay espacio.
Salimos con nuestras mochilas a hombro y uno de tantos “captadores” nos ofrece su hotel, algo familiar y pequeño por 35€ con desayuno. Lo vemos y no está del todo mal, aunque antes de quedarnos con eso preferimos echarle un vistazo al que nos ha recomendado Hacer. Desgraciadamente, no tienen habitaciones, así que regresamos al hotel anterior. En el folleto, leemos que ofrecen traslados gratuitos a Éfeso, alquiler gratuito de bicicletas, piscina,… La última opción hay que descartarla porque cuando Alfonso les pregunta, le responden que están cambiando el agua. ¡Qué casualidad! Siempre nos acaba pasando lo mismo. El segundo tropiezo llega cuando les pedimos que queremos ir a Éfeso esa tarde y que nos lleven: resulta que ahora hace mucho calor en Éfeso, cierran a las 6 (mentira!) y su padre (que es el que se encarga de transportar a los clientes hasta la ciudad-museo) sólo puede llevarnos mañana a las 8:30. Así que para evitar mayor cabreo, salimos a comer a una köfteria que hemos fichado antes. Me recuerda enormemente al restaurante “Istambul” de Tübingen por el tipo de comidas que ofrecen. Le pedimos un combinado de todo lo que tienen: okra, judías verdes, tortilla turca, arroz anatolio, pilaf, moussaka,… y todo esto acompañado de un ayran casero delicioso, aunque extremadamente caro. Con el calor y el cansancio, decidimos retirarnos. Hemos puesto el despertador a las dos horas y yo me levanto, pero a Alfonso no hay manera de despertarlo, así que me vuelvo a echar y continuamos durmiendo otro par de horas.
Ya de noche, salimos a perdernos un poco por las calles de Selçuk, que no promete grandes cosas ni sorpresas. Sin saberlo, nos metemos por el barrio griego y damos una vuelta: la gente toma la fresca en la calle. Pasamos también por delante de la Iglesia de San Juan y una mezquita también conocida cuyo nombre ahora no recuerdo.
Estoy un poco de bajón porque no me motiva especialmente el lugar. Regresamos al centro y propongo continuar paseando por el otro lado menos turístico. Pronto avistamos una especie de plaza y en un rincón, colchonetas en las que los niños saltan felices mientras un grupo de madres y familiares esperan. Los miramos recordando momentos de la infancia y al darnos la vuelta nos percatamos de que se trata de una plaza auténticamente “turca”, sin turistas. De los árboles cuelgan algunas banderas turcas, bastante abundantes a lo largo y ancho del país. Me huele que hemos encontrado, de forma inocente y sin rebuscar demasiado, el lugar perfecto para cenar. Nos sentamos en una de las mesas. La verdad es que el conjunto mobiliario del lugar no guarda ninguna relación: parecen sillas y mesas cogidas al azar o retiradas de diferentes casas o locales anteriores. Aún así, no nos importa. Cuanto más cutre y salchichero, más nos gusta. Se nos acerca el camarero, un chavalote jovencito que no habla ni una palabra de inglés. Nos hacemos entender con nuestro escaso turco: sabemos gözleme y panir, así que por lo menos tenemos una idea general de lo que vamos a comer, pero nos gusta que la cena nos sorprenda con el resto de elementos que no hemos entendido. Efectivamente nos traen los crepes con espinacas y queso y un zumo para beber. Al terminar, nos recogerá los platos y nos traerá amablemente un elma çayi que nos sabe a gloria.
Yo sigo baja pero antes de retirarnos nos apetece un dulce. Nos acercamos a una pastelería que he visto al mediodía, pero les queda poco o nada, y lo poco que tienen resulta poco atractivo. Al final, pillamos a modo de una natilla de chocolate con pistacho por encima y mientras lo comemos, recorremos la calle principal. No tenemos pensado hacer nada más porque al día siguiente queremos madrugar; tenemos intenciones de estar a las 9 en Éfeso. Vamos ignorando los múltiples comentarios y fórmulas de captación que utilizan constantemente los mercaderes turcos. Entre ellas, “where are you from?” O “how are you today?”, pero no sé por qué le respondemos justo al chico de la última tienda de la calle. Está sentado en el suelo, sobre unos cojines, y Alfonso le grita que somos “De Portugal”. “Ahhh, portakis”, continúa él. Nos empieza a explicar que es de la zona este de Turquía, del Lago Van, y eso ya me predispone a escuchar. Siento mucha curiosidad por esa región, la cual me hubiera encantado visitar de no ser porque no dispongo de días.
Nos habla de los gatos de la región, que son blancos, delgados, y tienen un ojo amarillo y otro azul. Nos muestra una foto que tiene expuesta allí encima de la mesita, y a continuación nos invita a pasar a su tienda para que los veamos en vivo y en directo. Yo me temo lo peor: en escasos minutos nos van a comenzar a mostrar alfombras, que es lo que venden en aquella tienda. Nos ofrece sentarnos y sigo pensando que no me voy a dejar tentar, que me quiero ir a dormir. Minutos más tarde se nos une su hermano y una pareja australiana, también con ganas de ver a los gatitos. Enseguida llega el elma çay para nosotros y el çay turco para él. Me pregunto por qué esa diferencia de tés mientras sigo la conversación. Son una familia kurda, y nos explican todas las diferencias que hay con el turco, que su lengua es más similar al farsi, que cuando eran pequeños les obligaban a negar su identidad en el colegio pero que ahora poco a poco los kurdos estaban recuperando su posición. De hecho, ya tiene representación parlamentaria, lo cual es un primer paso. Nos cuenta que casi todos los comerciantes de la calle son de origen kurdo, y que si han conseguido lo que han conseguido es por su trabajo constante. La conversación dura un par de horas. Me interesa muchísimo y me ha sorprendido que no hayan tenido ni la más mínima intención de vendernos una alfombra. Saben que nos quedamos un día más y nos invitan a pasar mañana por allí para jugar al tavla. Acepto con gusto la partida :)
El viaje en autobús está vez será durante el día y corto, apenas 3 horas. Llegamos y en la misma estación empezamos a recibir distintas ofertas. Al final, nos dejamos engatusar por un señor que nos lleva al “Jimmy’s hotel”. De buenas a primeras, no me encanta. No he visto las habitaciones, pero tiene pinta de hotel, con recepción y tal, y creo que tengo ganas de algo más sencillo a modo de albergue o pensión. Alfonso sale a llamar al que nos habían recomendado u otros que vienen en la guía mientras yo releo en la pared del establecimiento las diferentes opciones turísticas que ofrece la región. Al final, cuando nos decidimos a ver una de las habitaciones por 30€ sin desayuno, nos dicen que la acaban de reservar y que ya no hay espacio.
Salimos con nuestras mochilas a hombro y uno de tantos “captadores” nos ofrece su hotel, algo familiar y pequeño por 35€ con desayuno. Lo vemos y no está del todo mal, aunque antes de quedarnos con eso preferimos echarle un vistazo al que nos ha recomendado Hacer. Desgraciadamente, no tienen habitaciones, así que regresamos al hotel anterior. En el folleto, leemos que ofrecen traslados gratuitos a Éfeso, alquiler gratuito de bicicletas, piscina,… La última opción hay que descartarla porque cuando Alfonso les pregunta, le responden que están cambiando el agua. ¡Qué casualidad! Siempre nos acaba pasando lo mismo. El segundo tropiezo llega cuando les pedimos que queremos ir a Éfeso esa tarde y que nos lleven: resulta que ahora hace mucho calor en Éfeso, cierran a las 6 (mentira!) y su padre (que es el que se encarga de transportar a los clientes hasta la ciudad-museo) sólo puede llevarnos mañana a las 8:30. Así que para evitar mayor cabreo, salimos a comer a una köfteria que hemos fichado antes. Me recuerda enormemente al restaurante “Istambul” de Tübingen por el tipo de comidas que ofrecen. Le pedimos un combinado de todo lo que tienen: okra, judías verdes, tortilla turca, arroz anatolio, pilaf, moussaka,… y todo esto acompañado de un ayran casero delicioso, aunque extremadamente caro. Con el calor y el cansancio, decidimos retirarnos. Hemos puesto el despertador a las dos horas y yo me levanto, pero a Alfonso no hay manera de despertarlo, así que me vuelvo a echar y continuamos durmiendo otro par de horas.
Ya de noche, salimos a perdernos un poco por las calles de Selçuk, que no promete grandes cosas ni sorpresas. Sin saberlo, nos metemos por el barrio griego y damos una vuelta: la gente toma la fresca en la calle. Pasamos también por delante de la Iglesia de San Juan y una mezquita también conocida cuyo nombre ahora no recuerdo.
Estoy un poco de bajón porque no me motiva especialmente el lugar. Regresamos al centro y propongo continuar paseando por el otro lado menos turístico. Pronto avistamos una especie de plaza y en un rincón, colchonetas en las que los niños saltan felices mientras un grupo de madres y familiares esperan. Los miramos recordando momentos de la infancia y al darnos la vuelta nos percatamos de que se trata de una plaza auténticamente “turca”, sin turistas. De los árboles cuelgan algunas banderas turcas, bastante abundantes a lo largo y ancho del país. Me huele que hemos encontrado, de forma inocente y sin rebuscar demasiado, el lugar perfecto para cenar. Nos sentamos en una de las mesas. La verdad es que el conjunto mobiliario del lugar no guarda ninguna relación: parecen sillas y mesas cogidas al azar o retiradas de diferentes casas o locales anteriores. Aún así, no nos importa. Cuanto más cutre y salchichero, más nos gusta. Se nos acerca el camarero, un chavalote jovencito que no habla ni una palabra de inglés. Nos hacemos entender con nuestro escaso turco: sabemos gözleme y panir, así que por lo menos tenemos una idea general de lo que vamos a comer, pero nos gusta que la cena nos sorprenda con el resto de elementos que no hemos entendido. Efectivamente nos traen los crepes con espinacas y queso y un zumo para beber. Al terminar, nos recogerá los platos y nos traerá amablemente un elma çayi que nos sabe a gloria.
Yo sigo baja pero antes de retirarnos nos apetece un dulce. Nos acercamos a una pastelería que he visto al mediodía, pero les queda poco o nada, y lo poco que tienen resulta poco atractivo. Al final, pillamos a modo de una natilla de chocolate con pistacho por encima y mientras lo comemos, recorremos la calle principal. No tenemos pensado hacer nada más porque al día siguiente queremos madrugar; tenemos intenciones de estar a las 9 en Éfeso. Vamos ignorando los múltiples comentarios y fórmulas de captación que utilizan constantemente los mercaderes turcos. Entre ellas, “where are you from?” O “how are you today?”, pero no sé por qué le respondemos justo al chico de la última tienda de la calle. Está sentado en el suelo, sobre unos cojines, y Alfonso le grita que somos “De Portugal”. “Ahhh, portakis”, continúa él. Nos empieza a explicar que es de la zona este de Turquía, del Lago Van, y eso ya me predispone a escuchar. Siento mucha curiosidad por esa región, la cual me hubiera encantado visitar de no ser porque no dispongo de días.
Nos habla de los gatos de la región, que son blancos, delgados, y tienen un ojo amarillo y otro azul. Nos muestra una foto que tiene expuesta allí encima de la mesita, y a continuación nos invita a pasar a su tienda para que los veamos en vivo y en directo. Yo me temo lo peor: en escasos minutos nos van a comenzar a mostrar alfombras, que es lo que venden en aquella tienda. Nos ofrece sentarnos y sigo pensando que no me voy a dejar tentar, que me quiero ir a dormir. Minutos más tarde se nos une su hermano y una pareja australiana, también con ganas de ver a los gatitos. Enseguida llega el elma çay para nosotros y el çay turco para él. Me pregunto por qué esa diferencia de tés mientras sigo la conversación. Son una familia kurda, y nos explican todas las diferencias que hay con el turco, que su lengua es más similar al farsi, que cuando eran pequeños les obligaban a negar su identidad en el colegio pero que ahora poco a poco los kurdos estaban recuperando su posición. De hecho, ya tiene representación parlamentaria, lo cual es un primer paso. Nos cuenta que casi todos los comerciantes de la calle son de origen kurdo, y que si han conseguido lo que han conseguido es por su trabajo constante. La conversación dura un par de horas. Me interesa muchísimo y me ha sorprendido que no hayan tenido ni la más mínima intención de vendernos una alfombra. Saben que nos quedamos un día más y nos invitan a pasar mañana por allí para jugar al tavla. Acepto con gusto la partida :)
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