viernes, 1 de agosto de 2008

Día 9: Estambul - Casita

Me levanto en cuanto suena el despertador. Me visto, Alfonso se cuelga la mochila a hombros y salimos en dirección a Taksim. Por la calle, nos cruzamos con numerosos hombres con pintas rarísimas. Admito que me daría miedo ir yo sola por allí. Llegamos a la parada de autobús, localizo el que me va a llevar al aeropuerto y me despido de Alfonso. ¡Qué penica me da!

La media hora de trayecto la paso durmiendo y en cuanto me doy cuenta, ya estoy en el aeropuerto. Me cuesta un poco encontrar los mostradores donde tendré que facturar. Son las 5 y hasta las 6 no puedo meter las maletas. Me doy una vuelta y le acabo comprando una narguila a mi hermana. Me cuesta mucho más que en cualquier mercado, pero admito que es el precio de haberme despreocupado de todo hasta el último momento por no querer cargar con peso y por quererme disfrutar al máximo cada vivencia. Aún así, estoy contenta porque me gusta la que le llevo.

Son las 6:40 y el mostrador H30, que es donde yo supuestamente debo facturar, sigue sin estar abierto. Me pongo en el de al lado y una chica se me acerca para comentarme que son un grupo y que este mostrador se ha abierto específicamente para ellos, que no puedo facturar allí. Me empiezo a molestar porque faltan 30 minutos para mi hora de embarque y todavía sigo dando tumbos de un lado a otro… Y eso que había llegado una hora antes del comienzo de la facturación.

Pregunto y me dicen que me ponga en cualquiera de las colas abiertas, que no importa que para mi vuelo especifique el mostrador H30. Digo yo que ya lo podrían indicar en las pantallas. Delante de mi hay dos serbios… ¡qué casualidad! Los tres vamos en el mismo vuelo y llegamos a facturar justo a tiempo.

Al llegar a los controles de pasaporte, el agente me pregunta que dónde está mi visado y le comento que no necesito ninguno por el tipo de pasaporte que tengo. Insiste en que preciso de uno como española. Le digo que tengo el sello de entrada en el país en la página 16, que lo revise, pero aún así, sigue insistiéndome en el visado. Empiezo a temer que me pongan problemas y no me dejen salir… Le pido, por favor, que lo consulte con algún compañero, que al entrar en el país ya me pusieron el mismo problema, y efectivamente: a la vuelta, me dice que no hay problema y me estampa el sello de salida. Me dirijo deprisa a mi puerta de embarque. Se nota que es final de mes: hay un montón de gente y las colas para los controles son largas.

Me subo en el avión y el grado de cansancio que siento es tal que imagino que voy a dormir durante todo el vuelo. Guardo libros y libretas y me saco las gafas de sol y el mp3. Me despierta un dedo insistente en el hombro: es el asistente de vuelo que me quiere servir el desayuno. Alucino con el servicio de las aerolíneas turcas. Muy profesional. Llego a la hora a Munich y tengo que salir del aeropuerto para recoger mi segunda tarjeta de embarque, que me llevará a casita. Hago cola de nuevo en los mostradores para confirmar que mi equipaje ya está facturado y que debe ser trasladado al nuevo avión, y paso el nuevo control de seguridad.

Localizo la puerta de embarque, me pido un mango Lasso en un restaurante macrobiótico que queda justo enfrente y llamo a casa. A las 14h salgo por la puerta y allí me están esperando. Les esperan 2 ó 3 días de anécdotas y experiencias, de pases de fotos y de ritmos turcos.

Día 8: Regreso a Estambul

Al final no me he enterado de nada: ni del amanecer, ni de la llegada en ferry,… Cuando abro los ojos estamos subiendo los numerosos puentes y túneles de la estación de autobús de Estambul. La reconozco fácilmente. En Selçuk nos dijeron que teníamos transporte gratuito a Taksim, la zona donde hemos decidido alojarnos esta vez. Alfonso ya estuvo en Sultanahmet, que es mucho más turística, y a mi me queda genial para pillar el autobús al aeropuerto mañana a las 4 de la madrugada. Nos montamos en el minibús que creemos que es y nos sentamos. Tardamos en salir, pero al final, llegamos. ¡Qué recuerdos! Hace 3 años anduve básicamente por esa zona y se me reproducen imágenes, instantes, comentarios, gestos,…

Preguntamos por la dirección de nuestro albergue a los encargados de los puestos de flores, a los taxistas,… y nadie sabe dónde está el Chillout Cengo, así que llamamos. No tardamos en encontrarlo. Es un portal viejo, pero eso no quiere decir nada. El primer piso está pintado de colores variados y vivos. Me gusta, pero al subir a las habitaciones, flipamos. Nos toca dormir en un minidormitorio con 10 personas más, y desde allí comunica a otro dormitorio con más gente. Me voy a duchar y el baño apesta. Aquello es asqueroso; menos mal que sólo será para una noche. Al salir, Alfonso me comenta que dos de las chicas que se van le han comentado que no se puede dormir: demasiada música y fiesta en la calle y demasiada gente.

Ya en la calle, vemos a escasos metros el hotel Yonka. Le preguntamos precios a un señor sonriente. Nos cobran 50 liras la noche y 30 por la individual, ya que Alfonso se quedará dos días más. Miramos la habitación y está igualmente asquerosa, pero por casi el mismo precio tenemos una habitación doble. Al final, aceptamos quedarnos y vamos al Chillout Cengo a por nuestras cosas. Tememos que nos hagan pagar una noche, pero ni siquiera eso. ¡Qué bien!

Al regresar al Yonka, les pedimos que nos cambien las sábanas. El jovencito que se encarga de hacerlo dice que ya las ha cambiado, pero a mí me da que no. En la cama en la que me toca dormir, creo que ha pasado alguien antes, así que insistimos. Al final el niñato pilla un rebote enorme, y acaba subiendo otra señora. Al bajar, se acabaron las sonrisas del primer momento. Ambos sentimos miedo de que nos quiten, roben, estropeen,… algo. No las tenemos todas con nosotros.

Nos sentamos en un Starbucks y tomamos desayuno. Me zampo un pastel de manzana que está de vicio y no puedo acabarme la tremenda taza de café con leche que me han puesto. Después cambiamos dinero, comprobamos los horarios de salida del autobús al aeropuerto y nos dirigimos a Calip Dede a comprobar si esta noche hay actuación de derviches, tal y como hemos leído en la guía, y a pillar algo de música. A medida que bajamos por Istiklăl Caddesi, sigo acordándome de momentos de aquel viaje anterior… no puedo evitarlo.

Entramos en la primera tienda de música y me acabo comprando 4 cds. Salimos e inmediatamente topamos con el cartel en el que anuncian el espectáculo de derviches. Se nos acerca un joven moreno y con barbita. Dice que son 80 libras, pero que nos lo deja por 60. Personalmente, me apetece ver el espectáculo. Sé que será una turistada, pero al final no fuimos a Kenya, ciudad de derviches y sufismo, y he leído que ese grupo de Estambul también es bastante representativo. El chaval insiste en que no son bailarines, que son auténticos derviches y, sin darnos cuenta, la conversación se va yendo por las ramas y acabamos quedando para salir de marcha esa noche.

En nuestro descenso por Calip Dede, planeamos bajar hasta Eminönu, ver otra vez las mezquitas, comer algo y subir para estar a las 4:30 en el teatro. Caminamos tranquilamente. Alfonso se toma un zumo de naranja y más adelante me quiere mostrar la tienda en la que se va a pillar el saz, pero está cerrada. Es domingo. Seguimos andando y a mano izquierda vemos un hostel, en donde entra para preguntar por el alojamiento, ya que no nos satisface totalmente lo que tenemos. Le dicen que allí no tienen, pero que cerca de Taksim hay alojamiento en I-House, así que de nuevo cancelamos planes y nos subimos a buscar el alojamiento. Lo encontramos, lo reservamos y decidimos ir a comer porque no nos queda tanto tiempo. Nos metemos en un local turco donde nos sirven un delicioso adana kebab y un zumo de fruta natural. Me sabe a gloria. Después, nos perdermos por otras callejuelas que no conocemos y encontaremos una agradable tetería. Yo me tomaré un té de azafrán, que está bueno, aunque demasiado intenso para mi gusto.

Somos puntuales a nuestra cita con los derviches, pero nos desencantamos de inmediato a ver que el teatro está plagado de españoles. Nuevamente sacamos nuestra estrategia y esta vez nos comunicamos en müdürlügü. ¡Quü hürrür!... El espectáculo más que gustarme, me parece interesante, curioso, y algo repetitivo. Nos pasamos el tiempo echando foticos y a la salida toparemos de nuevo con Abdurrahman, el chico de las entradas. Tras algunas preguntas, nos acabamos enterando que también él baila en el grupo y que no se trata de un espectáculo para turistas, sino que realmente siente esa conexión entre el mundo real y el más allá y que cada baile lo llena de energía. Acordamos vernos más tarde y yo salgo en dirección a Calip Dede. He quedado allí con Hakan, un amigo turco que conocí hace 10 años en Alemania y que no he visto desde entonces.

Nos reconocemos de inmediato. Él está igual; dice que yo tampoco he cambiado. Me lleva a cenar a un restaurante que suele frecuentar. Pide varios entrantes y para beber, raki. Lo acompaño en la bebida, pero me sorprende que sea y se sirva igual que el ouzo griego. Lo pienso, pero me guardo el comentario. Curiosamente, yo pensaba que se parecería más al aguardiente serbio, que mantiene un mayor parecido en la forma de denominarlo: rakija. Tomo el raki, pero lo combino con abundante agua porque no me encanta. Comemos ensalada de berenjena, alcachofa con patatas y guisantes, una salsa roja picante cuyo nombre no recuerdo,… y más tarde, compartimos un kebab y unas chuletas. Todo está riquísimo. Me gusta hablar con él y le recuerdo cuánto ha cambiado mi visión sobre Turquía en estos diez años. Fue él quien primero me habló de este país en 1997, pero por aquel entonces a mí no me interesaba. Ni siquiera me planteaba visitarlo. Ahora pienso en repetir pronto, y ojalá que pueda visitar la parte norte o este. Hablamos también de los Balcanes. Me sorprende ver cuánto controla, y me explica que en su edificio en Stadtallendorf vivía gente de Croacia, Serbia y Kosovo, así que siempre lo ha tenido todo muy presente. En cierto modo, envidio ese ambiente multicultural en el que ha vivido, aunque muchos (alemanes y no alemanes) piensen que vivir en un ghetto “turco” sea algo poco prestigioso. Me encanta su mentalidad tan abierta y quiero creer que muchos turcos son así, aunque también me imagino que habrá muchos que no lo sean. Como en todas partes.

A las 9:30 salimos escopetados para encontrarnos con Abdurrahman. Propone llevarnos a un lugar cerca de Sultanahmet. Necesitamos ir en metro. No entiendo muy bien por qué, pero se crea una atmósfera extraña. Por un momento pienso que no ha sido buena idea juntar a Abdurrahman y a Hakan; creo que ambos tienen visiones muy diferentes de todo y me siento incómoda. Además, el que hablen todo en turco tampoco me permite apreciar dónde pueda estar exactamente el problema. Llegamos al lugar: un salón en el que hay pequeñas mesitas y silloncitos ocupados por turcos fumando narguilas. Las paredes están recubiertas de alfombras y el techo, pintado. Me gusta el ambiente. Pedimos una narguila con tabaco de manzana para compartir Hakan, Alfonso y yo. Para tomar, té, dado que en un lugar como éstos no sirven alcohol. Nos explican cómo fumar. No es difícil. Nos tomamos algunas fotos mientras hablamos. Por momentos me relajo, dado que veo que la tensión que había antes desaparece y ya todo el mundo sonríe.

El diálogo lo interrumpe de repente un mensaje de mi vecina desde Belgrado: acaba de ver en la CNN que ha estallado una bomba en una calle peatonal de Estambul y quiere saber si estamos bien. Le respondo y al mismo tiempo mando un sms a casa para que no teman. Más tarde, en el taxi que nos lleve de vuelta a Taksim los chicos nos explicarán que ha habido 15 muertos y más de 150 heridos. Todavía no se sabe si ha sido Al-Qaeda o el PKK, aunque habiendo atentado en una zona pura y dura turca, mucho me huele que se tratará del segundo grupo. Por momentos, siento ganas de huir, pero intento tranquilizarme de inmediato. Esto mismo te puede pasar en España, me repito una y otra vez.

Me despido de Hakan, que tiene que regresar a casa porque mañana madruga para llegar a hora al trabajo (¡4 horas de transporte público cada diaaa!), pero continuamos la noche con Abdurrahman. Desde Istiklăl , se desvía por alguna callejuela y nos lleva a Araf. Es un local que está situado en el piso superior de un edificio. Parece que este tipo de locales son bastante comunes en la ciudad. No tengo muchas ganas de bailar y la música está demasiado alta para mi gusto. Al rato, se va la luz y decidimos sentarnos en un rincón a charlar. Continuaremos preguntándole a Abdurrahman sobre cuestiones relacionadas con su vida de derviche, y nos acabara explicando que no sólo los hay en Turquía, sino en numerosos países del mundo. Asimismo, hay grupos de mujeres también. A la vuelta de la luz y de la música, Alfonso y yo nos marcaremos una canción de salsa con bastantes vueltas y payasadas. Decidimos abandonar el local y vamos a comer, ya que el pobre chaval no ha comido nada desde hace horas. Nos acercamos a un local de pescado que está en el Balik Pasari. Pruebo un pincho de mejillones rebozados en salsa de ajo. Están deliciosos, pero no quiero comer muchos porque temo que me sienten mal a estas horas de la madrugada.

Probamos a encontrar suerte en un par de locales más, pero están cerrados. Según Abdurrahman, el centro está vacío y lo achaca al miedo que probablemente habrá sentido la gente por los atentados. Son las 2 y decidimos retirarnos, ya que a las 4 salgo para el aeropuerto y antes quiero ducharme. Casualmente, ya en nuestro camino al retiro, toparemos con 3 chicos madrileños que hemos conocido por la mañana. Estamos hablando tranquilamente e intercambiando teléfonos con Alfonso para poderse encontrar en los próximos días, cuando sin saber cómo entran en el grupo una rubia y dos gays. La chavala le suelta a uno de los españoles que lo quiere esa noche y que se vaya con ella. El chaval se la mira y le dice que no, aunque en el fondo parece no estar convencido. Cuando los tres personajes desaparecen, el español parece nervioso y comenta que siente tener novia en momentos como esos. Hablamos de las necesidades sexuales en los duros días de interrail o viajes similares, y Alfonso y yo nos retiramos pronto.

En la pensión, nuestras maletas parecen intactas. A las 3 de la mañana me ducho con agua fría, porque no la hay caliente. Arreglo la mochila, organizo mis cosas, pongo el despertador y me tumbo un ratito. Sólo tengo 40 minutos para descansar. Me duermo en cuestión de segundos.

Día 7: Éfeso y el contacto humano en Selçuk

Madrugamos porque queremos estar en Éfeso a las 9, tal y como nos prometieron ayer. El desayuno coincide exactamente con el de cada día y en la recepción parecen querer retrasar la salida hasta que haya más gente. Alfonso se empieza a cabrear y temo que explote en algún momento, aunque sé que tiene razón. Después de diferentes supuestas horas de partida, salimos para Éfeso a las 9:30. Vamos una familia de japoneses, una coreana que habla español, y nosotros dos. Nos dejan en la entrada de arriba.

Entramos y la decepción va apoderándose cada vez más de mí. Si bien es cierto que Éfeso está mejor conservada que otros lugares arqueológicos de la Antigua Grecia, tampoco me parece lo más de lo más. Creo que es una civilización que debió de estar muy bien en sus tiempos, pero ya. Cuando estuve en Atenas, me decepcionó; cuando pasé un verano en el norte de Grecia, tampoco encontré nada más allá de cuatro piedras esparcidas por el monte, y ante los comentarios de alguna gente de que para ir a ver “Grecia”, hay que ir a “Turquía” también tengo mis cosas que decir. Prefiero piedras capadocicas, ciudades vivas o gente. Aún así, pasamos más de dos horas fotografiando rincones, detalles,… y hordas de turistas que colapsan el lugar. ¡Qué horror!

Sobre la 1, salimos en busca de la dolmuş que nos llevará de vuelta a Selçuk. Todavía faltan 8 horas para nuestro bus a Estambul y le comento a Alfonso que no tengo motivación alguna. ¡Qué puñetas vamos a hacer tantas horas en una ciudad que poco o nada parece ofrecer! Planteamos ir a la playa, que creo que no queda lejos, pero tememos que sea otro gran resorte turístico a lo Benidorm. Tampoco creo que tengamos ánimos suficientes… La otra opción puede ser perdernos por el barrio de inmigrantes bosnios y gitanos que comenta la guía. Al llegar la dolmuş, nos reencontramos con Krisna, una española que se nos ha acercado antes cuando estábamos en el teatro de Éfeso. Está haciendo unas prácticas en el sur, en Antalya, y hace tiempo que no escucha español. Está sola, así que parece que quiere unirse. Ni aceptamos ni dejamos de aceptar, aunque luego agradecermos su compañía, ya que de lo contrario nos hubieréamos hundido en nuestros pocos ánimos.

Al llegar a Selçuk pasamos por la oficina de turismo y después vamos a comer. Otra vez regresamos a la calle central, la más turística, y nos sentamos en otra köftería en la que sólo habíamos visto a turcos comer el día anterior. El camarero es superamable y después de mostrarnos todo lo que tienen para hoy, nos trae una mezcla para que probemos de todo un poco. Para beber, ayran. Al terminar, decidimos pasarnos por el hamam. Krisna todavía no ha ido nunca, y a Alfonso y a mí nos apetecería darnos “una ducha” antes de montarnos en el bus. Veinticino liras. Decidimos venir más tarde para irnos fresquitos.

La siguiente misión es matar la necesidad de dulce, que se nos antoja en forma de baklava con helado de vainilla desde que la probáramos en Göreme. Pero antes nos ven los kurdos de ayer y nos invitan a pasar. Son apenas las dos, y acabaremos pasando la tarde con ellos. Refrescaré mis conocimientos de tavla, comeremos baklava con helado, tomaremos çay, compraremos pañuelos en otra de sus tiendas, haremos algunas fotos,…

Y sobre las 7 regresaremos al hamam, que me parece más auténtico que el de Göreme, más orientado a los turistas. Es la primera vez que puedo acostarme en esa piedra hexagonal caliente en la que mi cuerpo suda y suda. Miramos a los lugareños y seguimos sus posiciones: boca arriba, boca abajo, de lado,… Minutos más tarde, uno de los señores me llama. Me friega el cuerpo con un guante similar a los de crin. Sale suciedad, aunque no sé si es sólo mía o es la mía junto con las anteriores, puesto que no he visto que se haya cambiado la manopla. Me lo pasa por delante, por detrás, por el cuello,… y a continuación me tumbo en otra piedra horizontal para que otro me llene de espuma y me masajee.

Al terminar, una ducha fría y cambio de paño. Ya de vuelta a la primera sala, nos darán tres toallas diferentes: una para las piernas, otra para el torso, y otra para el pelo. Nos servirán también el té y uno a uno nos darán un masaje corporal con aceite. Me lo hace un grandullón barrigudo y de bigote espeso y oscuro. Me da un poco de miedo porque temo que me va a romper los huesos con esa fuerza descomunal que parece tener. Al ponerme boca arriba, sugiere que me quite el paño para darme un masaje en la barriga y en los pechos, pero me niego. Ya me basta con las piernas.

Mientras nos esperamos los unos a los otros, conocemos a Laia y a Ferran, una pareja de catalanes que también van viajando como nosotros y que años anteriores estuvieron en la India. Nos despediremos en el hamam, aunque casualidades de la vida, más tarde nos reencontraremos en la terraza donde vamos a cenar, así que nos uniremos todos de nuevo: Krisna, Ferran, Laia, Alfonso y yo. Cenamos un adana kebab y nosotros dos salimos disparados hacia la estación de autobuses después de despedirnos rápidamente de los chicos kurdos, quienes nos han guardado el equipaje mientras hemos estado en el hamam y cenando.

Empiezan de nuevo 10 horas de bus en plena oscuridad. Repasamos la experiencia y a los dos nos ha gustado haber improvisado tan bien desde el aburrimiento que nos invadía horas atrás. Si Selçuk no tenía nada monumental que ofrecernos, hemos sabido sacarle la parte más humana y de contacto con la gente, que es lo que para mí da encanto a este tipo de viajes.

En el autobús viajan algunos españoles, así que ahora fingimos ser eslavos: Alfonso me hará una señora introducción al polaco. A veces me cuesta deducirlo a través del serbio, pero por el contexto y el lenguaje corporal y con los numerosos ejemplos sencillos que me pone, lo acabo entendiendo. Esto me da muchos ánimos para continuar con el serbio. En medio de nuestras apasionadas conversaciones, el chaval encargado de servir el té y el agua en el autobús le pedirá a Alfonso que se cambie de sitio para que una chavala turca pueda viajar conmigo y no tenga que ir sentada al lado de un chico desconocido. Quizá seamos maleducados, pero no aceptamos. Me duermo, aunque con esperanzas de despertarme al amanecer, cuando subiremos a un ferry y llegaremos a Estambul por mar.

Día 6: Selçuk

Nos levantamos temprano y a las 9, al salir de la habitación, Hacer nos está ya esperando con el desayuno listo: nuevamente pepino, tomate, queso, aceitunas, sandía, un huevo hervido y pan con mantequilla y mermelada. Para beber, té de manzana, elma çayi. Antes de salir, les comentamos que vamos para Selçuk, al oeste de Turquía, y nos recomiendan la pensión de unos amigos que tienen allí.

El viaje en autobús está vez será durante el día y corto, apenas 3 horas. Llegamos y en la misma estación empezamos a recibir distintas ofertas. Al final, nos dejamos engatusar por un señor que nos lleva al “Jimmy’s hotel”. De buenas a primeras, no me encanta. No he visto las habitaciones, pero tiene pinta de hotel, con recepción y tal, y creo que tengo ganas de algo más sencillo a modo de albergue o pensión. Alfonso sale a llamar al que nos habían recomendado u otros que vienen en la guía mientras yo releo en la pared del establecimiento las diferentes opciones turísticas que ofrece la región. Al final, cuando nos decidimos a ver una de las habitaciones por 30€ sin desayuno, nos dicen que la acaban de reservar y que ya no hay espacio.

Salimos con nuestras mochilas a hombro y uno de tantos “captadores” nos ofrece su hotel, algo familiar y pequeño por 35€ con desayuno. Lo vemos y no está del todo mal, aunque antes de quedarnos con eso preferimos echarle un vistazo al que nos ha recomendado Hacer. Desgraciadamente, no tienen habitaciones, así que regresamos al hotel anterior. En el folleto, leemos que ofrecen traslados gratuitos a Éfeso, alquiler gratuito de bicicletas, piscina,… La última opción hay que descartarla porque cuando Alfonso les pregunta, le responden que están cambiando el agua. ¡Qué casualidad! Siempre nos acaba pasando lo mismo. El segundo tropiezo llega cuando les pedimos que queremos ir a Éfeso esa tarde y que nos lleven: resulta que ahora hace mucho calor en Éfeso, cierran a las 6 (mentira!) y su padre (que es el que se encarga de transportar a los clientes hasta la ciudad-museo) sólo puede llevarnos mañana a las 8:30. Así que para evitar mayor cabreo, salimos a comer a una köfteria que hemos fichado antes. Me recuerda enormemente al restaurante “Istambul” de Tübingen por el tipo de comidas que ofrecen. Le pedimos un combinado de todo lo que tienen: okra, judías verdes, tortilla turca, arroz anatolio, pilaf, moussaka,… y todo esto acompañado de un ayran casero delicioso, aunque extremadamente caro. Con el calor y el cansancio, decidimos retirarnos. Hemos puesto el despertador a las dos horas y yo me levanto, pero a Alfonso no hay manera de despertarlo, así que me vuelvo a echar y continuamos durmiendo otro par de horas.

Ya de noche, salimos a perdernos un poco por las calles de Selçuk, que no promete grandes cosas ni sorpresas. Sin saberlo, nos metemos por el barrio griego y damos una vuelta: la gente toma la fresca en la calle. Pasamos también por delante de la Iglesia de San Juan y una mezquita también conocida cuyo nombre ahora no recuerdo.

Estoy un poco de bajón porque no me motiva especialmente el lugar. Regresamos al centro y propongo continuar paseando por el otro lado menos turístico. Pronto avistamos una especie de plaza y en un rincón, colchonetas en las que los niños saltan felices mientras un grupo de madres y familiares esperan. Los miramos recordando momentos de la infancia y al darnos la vuelta nos percatamos de que se trata de una plaza auténticamente “turca”, sin turistas. De los árboles cuelgan algunas banderas turcas, bastante abundantes a lo largo y ancho del país. Me huele que hemos encontrado, de forma inocente y sin rebuscar demasiado, el lugar perfecto para cenar. Nos sentamos en una de las mesas. La verdad es que el conjunto mobiliario del lugar no guarda ninguna relación: parecen sillas y mesas cogidas al azar o retiradas de diferentes casas o locales anteriores. Aún así, no nos importa. Cuanto más cutre y salchichero, más nos gusta. Se nos acerca el camarero, un chavalote jovencito que no habla ni una palabra de inglés. Nos hacemos entender con nuestro escaso turco: sabemos gözleme y panir, así que por lo menos tenemos una idea general de lo que vamos a comer, pero nos gusta que la cena nos sorprenda con el resto de elementos que no hemos entendido. Efectivamente nos traen los crepes con espinacas y queso y un zumo para beber. Al terminar, nos recogerá los platos y nos traerá amablemente un elma çayi que nos sabe a gloria.

Yo sigo baja pero antes de retirarnos nos apetece un dulce. Nos acercamos a una pastelería que he visto al mediodía, pero les queda poco o nada, y lo poco que tienen resulta poco atractivo. Al final, pillamos a modo de una natilla de chocolate con pistacho por encima y mientras lo comemos, recorremos la calle principal. No tenemos pensado hacer nada más porque al día siguiente queremos madrugar; tenemos intenciones de estar a las 9 en Éfeso. Vamos ignorando los múltiples comentarios y fórmulas de captación que utilizan constantemente los mercaderes turcos. Entre ellas, “where are you from?” O “how are you today?”, pero no sé por qué le respondemos justo al chico de la última tienda de la calle. Está sentado en el suelo, sobre unos cojines, y Alfonso le grita que somos “De Portugal”. “Ahhh, portakis”, continúa él. Nos empieza a explicar que es de la zona este de Turquía, del Lago Van, y eso ya me predispone a escuchar. Siento mucha curiosidad por esa región, la cual me hubiera encantado visitar de no ser porque no dispongo de días.

Nos habla de los gatos de la región, que son blancos, delgados, y tienen un ojo amarillo y otro azul. Nos muestra una foto que tiene expuesta allí encima de la mesita, y a continuación nos invita a pasar a su tienda para que los veamos en vivo y en directo. Yo me temo lo peor: en escasos minutos nos van a comenzar a mostrar alfombras, que es lo que venden en aquella tienda. Nos ofrece sentarnos y sigo pensando que no me voy a dejar tentar, que me quiero ir a dormir. Minutos más tarde se nos une su hermano y una pareja australiana, también con ganas de ver a los gatitos. Enseguida llega el elma çay para nosotros y el çay turco para él. Me pregunto por qué esa diferencia de tés mientras sigo la conversación. Son una familia kurda, y nos explican todas las diferencias que hay con el turco, que su lengua es más similar al farsi, que cuando eran pequeños les obligaban a negar su identidad en el colegio pero que ahora poco a poco los kurdos estaban recuperando su posición. De hecho, ya tiene representación parlamentaria, lo cual es un primer paso. Nos cuenta que casi todos los comerciantes de la calle son de origen kurdo, y que si han conseguido lo que han conseguido es por su trabajo constante. La conversación dura un par de horas. Me interesa muchísimo y me ha sorprendido que no hayan tenido ni la más mínima intención de vendernos una alfombra. Saben que nos quedamos un día más y nos invitan a pasar mañana por allí para jugar al tavla. Acepto con gusto la partida :)