Madrugamos porque queremos estar en Éfeso a las 9, tal y como nos prometieron ayer. El desayuno coincide exactamente con el de cada día y en la recepción parecen querer retrasar la salida hasta que haya más gente. Alfonso se empieza a cabrear y temo que explote en algún momento, aunque sé que tiene razón. Después de diferentes supuestas horas de partida, salimos para Éfeso a las 9:30. Vamos una familia de japoneses, una coreana que habla español, y nosotros dos. Nos dejan en la entrada de arriba.
Entramos y la decepción va apoderándose cada vez más de mí. Si bien es cierto que Éfeso está mejor conservada que otros lugares arqueológicos de la Antigua Grecia, tampoco me parece lo más de lo más. Creo que es una civilización que debió de estar muy bien en sus tiempos, pero ya. Cuando estuve en Atenas, me decepcionó; cuando pasé un verano en el norte de Grecia, tampoco encontré nada más allá de cuatro piedras esparcidas por el monte, y ante los comentarios de alguna gente de que para ir a ver “Grecia”, hay que ir a “Turquía” también tengo mis cosas que decir. Prefiero piedras capadocicas, ciudades vivas o gente. Aún así, pasamos más de dos horas fotografiando rincones, detalles,… y hordas de turistas que colapsan el lugar. ¡Qué horror!
Sobre la 1, salimos en busca de la dolmuş que nos llevará de vuelta a Selçuk. Todavía faltan 8 horas para nuestro bus a Estambul y le comento a Alfonso que no tengo motivación alguna. ¡Qué puñetas vamos a hacer tantas horas en una ciudad que poco o nada parece ofrecer! Planteamos ir a la playa, que creo que no queda lejos, pero tememos que sea otro gran resorte turístico a lo Benidorm. Tampoco creo que tengamos ánimos suficientes… La otra opción puede ser perdernos por el barrio de inmigrantes bosnios y gitanos que comenta la guía. Al llegar la dolmuş, nos reencontramos con Krisna, una española que se nos ha acercado antes cuando estábamos en el teatro de Éfeso. Está haciendo unas prácticas en el sur, en Antalya, y hace tiempo que no escucha español. Está sola, así que parece que quiere unirse. Ni aceptamos ni dejamos de aceptar, aunque luego agradecermos su compañía, ya que de lo contrario nos hubieréamos hundido en nuestros pocos ánimos.
Al llegar a Selçuk pasamos por la oficina de turismo y después vamos a comer. Otra vez regresamos a la calle central, la más turística, y nos sentamos en otra köftería en la que sólo habíamos visto a turcos comer el día anterior. El camarero es superamable y después de mostrarnos todo lo que tienen para hoy, nos trae una mezcla para que probemos de todo un poco. Para beber, ayran. Al terminar, decidimos pasarnos por el hamam. Krisna todavía no ha ido nunca, y a Alfonso y a mí nos apetecería darnos “una ducha” antes de montarnos en el bus. Veinticino liras. Decidimos venir más tarde para irnos fresquitos.
La siguiente misión es matar la necesidad de dulce, que se nos antoja en forma de baklava con helado de vainilla desde que la probáramos en Göreme. Pero antes nos ven los kurdos de ayer y nos invitan a pasar. Son apenas las dos, y acabaremos pasando la tarde con ellos. Refrescaré mis conocimientos de tavla, comeremos baklava con helado, tomaremos çay, compraremos pañuelos en otra de sus tiendas, haremos algunas fotos,…
Y sobre las 7 regresaremos al hamam, que me parece más auténtico que el de Göreme, más orientado a los turistas. Es la primera vez que puedo acostarme en esa piedra hexagonal caliente en la que mi cuerpo suda y suda. Miramos a los lugareños y seguimos sus posiciones: boca arriba, boca abajo, de lado,… Minutos más tarde, uno de los señores me llama. Me friega el cuerpo con un guante similar a los de crin. Sale suciedad, aunque no sé si es sólo mía o es la mía junto con las anteriores, puesto que no he visto que se haya cambiado la manopla. Me lo pasa por delante, por detrás, por el cuello,… y a continuación me tumbo en otra piedra horizontal para que otro me llene de espuma y me masajee.
Al terminar, una ducha fría y cambio de paño. Ya de vuelta a la primera sala, nos darán tres toallas diferentes: una para las piernas, otra para el torso, y otra para el pelo. Nos servirán también el té y uno a uno nos darán un masaje corporal con aceite. Me lo hace un grandullón barrigudo y de bigote espeso y oscuro. Me da un poco de miedo porque temo que me va a romper los huesos con esa fuerza descomunal que parece tener. Al ponerme boca arriba, sugiere que me quite el paño para darme un masaje en la barriga y en los pechos, pero me niego. Ya me basta con las piernas.
Entramos y la decepción va apoderándose cada vez más de mí. Si bien es cierto que Éfeso está mejor conservada que otros lugares arqueológicos de la Antigua Grecia, tampoco me parece lo más de lo más. Creo que es una civilización que debió de estar muy bien en sus tiempos, pero ya. Cuando estuve en Atenas, me decepcionó; cuando pasé un verano en el norte de Grecia, tampoco encontré nada más allá de cuatro piedras esparcidas por el monte, y ante los comentarios de alguna gente de que para ir a ver “Grecia”, hay que ir a “Turquía” también tengo mis cosas que decir. Prefiero piedras capadocicas, ciudades vivas o gente. Aún así, pasamos más de dos horas fotografiando rincones, detalles,… y hordas de turistas que colapsan el lugar. ¡Qué horror!
Sobre la 1, salimos en busca de la dolmuş que nos llevará de vuelta a Selçuk. Todavía faltan 8 horas para nuestro bus a Estambul y le comento a Alfonso que no tengo motivación alguna. ¡Qué puñetas vamos a hacer tantas horas en una ciudad que poco o nada parece ofrecer! Planteamos ir a la playa, que creo que no queda lejos, pero tememos que sea otro gran resorte turístico a lo Benidorm. Tampoco creo que tengamos ánimos suficientes… La otra opción puede ser perdernos por el barrio de inmigrantes bosnios y gitanos que comenta la guía. Al llegar la dolmuş, nos reencontramos con Krisna, una española que se nos ha acercado antes cuando estábamos en el teatro de Éfeso. Está haciendo unas prácticas en el sur, en Antalya, y hace tiempo que no escucha español. Está sola, así que parece que quiere unirse. Ni aceptamos ni dejamos de aceptar, aunque luego agradecermos su compañía, ya que de lo contrario nos hubieréamos hundido en nuestros pocos ánimos.
Al llegar a Selçuk pasamos por la oficina de turismo y después vamos a comer. Otra vez regresamos a la calle central, la más turística, y nos sentamos en otra köftería en la que sólo habíamos visto a turcos comer el día anterior. El camarero es superamable y después de mostrarnos todo lo que tienen para hoy, nos trae una mezcla para que probemos de todo un poco. Para beber, ayran. Al terminar, decidimos pasarnos por el hamam. Krisna todavía no ha ido nunca, y a Alfonso y a mí nos apetecería darnos “una ducha” antes de montarnos en el bus. Veinticino liras. Decidimos venir más tarde para irnos fresquitos.
La siguiente misión es matar la necesidad de dulce, que se nos antoja en forma de baklava con helado de vainilla desde que la probáramos en Göreme. Pero antes nos ven los kurdos de ayer y nos invitan a pasar. Son apenas las dos, y acabaremos pasando la tarde con ellos. Refrescaré mis conocimientos de tavla, comeremos baklava con helado, tomaremos çay, compraremos pañuelos en otra de sus tiendas, haremos algunas fotos,…
Y sobre las 7 regresaremos al hamam, que me parece más auténtico que el de Göreme, más orientado a los turistas. Es la primera vez que puedo acostarme en esa piedra hexagonal caliente en la que mi cuerpo suda y suda. Miramos a los lugareños y seguimos sus posiciones: boca arriba, boca abajo, de lado,… Minutos más tarde, uno de los señores me llama. Me friega el cuerpo con un guante similar a los de crin. Sale suciedad, aunque no sé si es sólo mía o es la mía junto con las anteriores, puesto que no he visto que se haya cambiado la manopla. Me lo pasa por delante, por detrás, por el cuello,… y a continuación me tumbo en otra piedra horizontal para que otro me llene de espuma y me masajee.
Al terminar, una ducha fría y cambio de paño. Ya de vuelta a la primera sala, nos darán tres toallas diferentes: una para las piernas, otra para el torso, y otra para el pelo. Nos servirán también el té y uno a uno nos darán un masaje corporal con aceite. Me lo hace un grandullón barrigudo y de bigote espeso y oscuro. Me da un poco de miedo porque temo que me va a romper los huesos con esa fuerza descomunal que parece tener. Al ponerme boca arriba, sugiere que me quite el paño para darme un masaje en la barriga y en los pechos, pero me niego. Ya me basta con las piernas.
Mientras nos esperamos los unos a los otros, conocemos a Laia y a Ferran, una pareja de catalanes que también van viajando como nosotros y que años anteriores estuvieron en la India. Nos despediremos en el hamam, aunque casualidades de la vida, más tarde nos reencontraremos en la terraza donde vamos a cenar, así que nos uniremos todos de nuevo: Krisna, Ferran, Laia, Alfonso y yo. Cenamos un adana kebab y nosotros dos salimos disparados hacia la estación de autobuses después de despedirnos rápidamente de los chicos kurdos, quienes nos han guardado el equipaje mientras hemos estado en el hamam y cenando.
Empiezan de nuevo 10 horas de bus en plena oscuridad. Repasamos la experiencia y a los dos nos ha gustado haber improvisado tan bien desde el aburrimiento que nos invadía horas atrás. Si Selçuk no tenía nada monumental que ofrecernos, hemos sabido sacarle la parte más humana y de contacto con la gente, que es lo que para mí da encanto a este tipo de viajes.
En el autobús viajan algunos españoles, así que ahora fingimos ser eslavos: Alfonso me hará una señora introducción al polaco. A veces me cuesta deducirlo a través del serbio, pero por el contexto y el lenguaje corporal y con los numerosos ejemplos sencillos que me pone, lo acabo entendiendo. Esto me da muchos ánimos para continuar con el serbio. En medio de nuestras apasionadas conversaciones, el chaval encargado de servir el té y el agua en el autobús le pedirá a Alfonso que se cambie de sitio para que una chavala turca pueda viajar conmigo y no tenga que ir sentada al lado de un chico desconocido. Quizá seamos maleducados, pero no aceptamos. Me duermo, aunque con esperanzas de despertarme al amanecer, cuando subiremos a un ferry y llegaremos a Estambul por mar.
Empiezan de nuevo 10 horas de bus en plena oscuridad. Repasamos la experiencia y a los dos nos ha gustado haber improvisado tan bien desde el aburrimiento que nos invadía horas atrás. Si Selçuk no tenía nada monumental que ofrecernos, hemos sabido sacarle la parte más humana y de contacto con la gente, que es lo que para mí da encanto a este tipo de viajes.
En el autobús viajan algunos españoles, así que ahora fingimos ser eslavos: Alfonso me hará una señora introducción al polaco. A veces me cuesta deducirlo a través del serbio, pero por el contexto y el lenguaje corporal y con los numerosos ejemplos sencillos que me pone, lo acabo entendiendo. Esto me da muchos ánimos para continuar con el serbio. En medio de nuestras apasionadas conversaciones, el chaval encargado de servir el té y el agua en el autobús le pedirá a Alfonso que se cambie de sitio para que una chavala turca pueda viajar conmigo y no tenga que ir sentada al lado de un chico desconocido. Quizá seamos maleducados, pero no aceptamos. Me duermo, aunque con esperanzas de despertarme al amanecer, cuando subiremos a un ferry y llegaremos a Estambul por mar.
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