viernes, 1 de agosto de 2008

Día 9: Estambul - Casita

Me levanto en cuanto suena el despertador. Me visto, Alfonso se cuelga la mochila a hombros y salimos en dirección a Taksim. Por la calle, nos cruzamos con numerosos hombres con pintas rarísimas. Admito que me daría miedo ir yo sola por allí. Llegamos a la parada de autobús, localizo el que me va a llevar al aeropuerto y me despido de Alfonso. ¡Qué penica me da!

La media hora de trayecto la paso durmiendo y en cuanto me doy cuenta, ya estoy en el aeropuerto. Me cuesta un poco encontrar los mostradores donde tendré que facturar. Son las 5 y hasta las 6 no puedo meter las maletas. Me doy una vuelta y le acabo comprando una narguila a mi hermana. Me cuesta mucho más que en cualquier mercado, pero admito que es el precio de haberme despreocupado de todo hasta el último momento por no querer cargar con peso y por quererme disfrutar al máximo cada vivencia. Aún así, estoy contenta porque me gusta la que le llevo.

Son las 6:40 y el mostrador H30, que es donde yo supuestamente debo facturar, sigue sin estar abierto. Me pongo en el de al lado y una chica se me acerca para comentarme que son un grupo y que este mostrador se ha abierto específicamente para ellos, que no puedo facturar allí. Me empiezo a molestar porque faltan 30 minutos para mi hora de embarque y todavía sigo dando tumbos de un lado a otro… Y eso que había llegado una hora antes del comienzo de la facturación.

Pregunto y me dicen que me ponga en cualquiera de las colas abiertas, que no importa que para mi vuelo especifique el mostrador H30. Digo yo que ya lo podrían indicar en las pantallas. Delante de mi hay dos serbios… ¡qué casualidad! Los tres vamos en el mismo vuelo y llegamos a facturar justo a tiempo.

Al llegar a los controles de pasaporte, el agente me pregunta que dónde está mi visado y le comento que no necesito ninguno por el tipo de pasaporte que tengo. Insiste en que preciso de uno como española. Le digo que tengo el sello de entrada en el país en la página 16, que lo revise, pero aún así, sigue insistiéndome en el visado. Empiezo a temer que me pongan problemas y no me dejen salir… Le pido, por favor, que lo consulte con algún compañero, que al entrar en el país ya me pusieron el mismo problema, y efectivamente: a la vuelta, me dice que no hay problema y me estampa el sello de salida. Me dirijo deprisa a mi puerta de embarque. Se nota que es final de mes: hay un montón de gente y las colas para los controles son largas.

Me subo en el avión y el grado de cansancio que siento es tal que imagino que voy a dormir durante todo el vuelo. Guardo libros y libretas y me saco las gafas de sol y el mp3. Me despierta un dedo insistente en el hombro: es el asistente de vuelo que me quiere servir el desayuno. Alucino con el servicio de las aerolíneas turcas. Muy profesional. Llego a la hora a Munich y tengo que salir del aeropuerto para recoger mi segunda tarjeta de embarque, que me llevará a casita. Hago cola de nuevo en los mostradores para confirmar que mi equipaje ya está facturado y que debe ser trasladado al nuevo avión, y paso el nuevo control de seguridad.

Localizo la puerta de embarque, me pido un mango Lasso en un restaurante macrobiótico que queda justo enfrente y llamo a casa. A las 14h salgo por la puerta y allí me están esperando. Les esperan 2 ó 3 días de anécdotas y experiencias, de pases de fotos y de ritmos turcos.

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