Al final no me he enterado de nada: ni del amanecer, ni de la llegada en ferry,… Cuando abro los ojos estamos subiendo los numerosos puentes y túneles de la estación de autobús de Estambul. La reconozco fácilmente. En Selçuk nos dijeron que teníamos transporte gratuito a Taksim, la zona donde hemos decidido alojarnos esta vez. Alfonso ya estuvo en Sultanahmet, que es mucho más turística, y a mi me queda genial para pillar el autobús al aeropuerto mañana a las 4 de la madrugada. Nos montamos en el minibús que creemos que es y nos sentamos. Tardamos en salir, pero al final, llegamos. ¡Qué recuerdos! Hace 3 años anduve básicamente por esa zona y se me reproducen imágenes, instantes, comentarios, gestos,…
Preguntamos por la dirección de nuestro albergue a los encargados de los puestos de flores, a los taxistas,… y nadie sabe dónde está el Chillout Cengo, así que llamamos. No tardamos en encontrarlo. Es un portal viejo, pero eso no quiere decir nada. El primer piso está pintado de colores variados y vivos. Me gusta, pero al subir a las habitaciones, flipamos. Nos toca dormir en un minidormitorio con 10 personas más, y desde allí comunica a otro dormitorio con más gente. Me voy a duchar y el baño apesta. Aquello es asqueroso; menos mal que sólo será para una noche. Al salir, Alfonso me comenta que dos de las chicas que se van le han comentado que no se puede dormir: demasiada música y fiesta en la calle y demasiada gente.
Ya en la calle, vemos a escasos metros el hotel Yonka. Le preguntamos precios a un señor sonriente. Nos cobran 50 liras la noche y 30 por la individual, ya que Alfonso se quedará dos días más. Miramos la habitación y está igualmente asquerosa, pero por casi el mismo precio tenemos una habitación doble. Al final, aceptamos quedarnos y vamos al Chillout Cengo a por nuestras cosas. Tememos que nos hagan pagar una noche, pero ni siquiera eso. ¡Qué bien!
Al regresar al Yonka, les pedimos que nos cambien las sábanas. El jovencito que se encarga de hacerlo dice que ya las ha cambiado, pero a mí me da que no. En la cama en la que me toca dormir, creo que ha pasado alguien antes, así que insistimos. Al final el niñato pilla un rebote enorme, y acaba subiendo otra señora. Al bajar, se acabaron las sonrisas del primer momento. Ambos sentimos miedo de que nos quiten, roben, estropeen,… algo. No las tenemos todas con nosotros.
Nos sentamos en un Starbucks y tomamos desayuno. Me zampo un pastel de manzana que está de vicio y no puedo acabarme la tremenda taza de café con leche que me han puesto. Después cambiamos dinero, comprobamos los horarios de salida del autobús al aeropuerto y nos dirigimos a Calip Dede a comprobar si esta noche hay actuación de derviches, tal y como hemos leído en la guía, y a pillar algo de música. A medida que bajamos por Istiklăl Caddesi, sigo acordándome de momentos de aquel viaje anterior… no puedo evitarlo.
Entramos en la primera tienda de música y me acabo comprando 4 cds. Salimos e inmediatamente topamos con el cartel en el que anuncian el espectáculo de derviches. Se nos acerca un joven moreno y con barbita. Dice que son 80 libras, pero que nos lo deja por 60. Personalmente, me apetece ver el espectáculo. Sé que será una turistada, pero al final no fuimos a Kenya, ciudad de derviches y sufismo, y he leído que ese grupo de Estambul también es bastante representativo. El chaval insiste en que no son bailarines, que son auténticos derviches y, sin darnos cuenta, la conversación se va yendo por las ramas y acabamos quedando para salir de marcha esa noche.
En nuestro descenso por Calip Dede, planeamos bajar hasta Eminönu, ver otra vez las mezquitas, comer algo y subir para estar a las 4:30 en el teatro. Caminamos tranquilamente. Alfonso se toma un zumo de naranja y más adelante me quiere mostrar la tienda en la que se va a pillar el saz, pero está cerrada. Es domingo. Seguimos andando y a mano izquierda vemos un hostel, en donde entra para preguntar por el alojamiento, ya que no nos satisface totalmente lo que tenemos. Le dicen que allí no tienen, pero que cerca de Taksim hay alojamiento en I-House, así que de nuevo cancelamos planes y nos subimos a buscar el alojamiento. Lo encontramos, lo reservamos y decidimos ir a comer porque no nos queda tanto tiempo. Nos metemos en un local turco donde nos sirven un delicioso adana kebab y un zumo de fruta natural. Me sabe a gloria. Después, nos perdermos por otras callejuelas que no conocemos y encontaremos una agradable tetería. Yo me tomaré un té de azafrán, que está bueno, aunque demasiado intenso para mi gusto.
Somos puntuales a nuestra cita con los derviches, pero nos desencantamos de inmediato a ver que el teatro está plagado de españoles. Nuevamente sacamos nuestra estrategia y esta vez nos comunicamos en müdürlügü. ¡Quü hürrür!... El espectáculo más que gustarme, me parece interesante, curioso, y algo repetitivo. Nos pasamos el tiempo echando foticos y a la salida toparemos de nuevo con Abdurrahman, el chico de las entradas. Tras algunas preguntas, nos acabamos enterando que también él baila en el grupo y que no se trata de un espectáculo para turistas, sino que realmente siente esa conexión entre el mundo real y el más allá y que cada baile lo llena de energía. Acordamos vernos más tarde y yo salgo en dirección a Calip Dede. He quedado allí con Hakan, un amigo turco que conocí hace 10 años en Alemania y que no he visto desde entonces.
Nos reconocemos de inmediato. Él está igual; dice que yo tampoco he cambiado. Me lleva a cenar a un restaurante que suele frecuentar. Pide varios entrantes y para beber, raki. Lo acompaño en la bebida, pero me sorprende que sea y se sirva igual que el ouzo griego. Lo pienso, pero me guardo el comentario. Curiosamente, yo pensaba que se parecería más al aguardiente serbio, que mantiene un mayor parecido en la forma de denominarlo: rakija. Tomo el raki, pero lo combino con abundante agua porque no me encanta. Comemos ensalada de berenjena, alcachofa con patatas y guisantes, una salsa roja picante cuyo nombre no recuerdo,… y más tarde, compartimos un kebab y unas chuletas. Todo está riquísimo. Me gusta hablar con él y le recuerdo cuánto ha cambiado mi visión sobre Turquía en estos diez años. Fue él quien primero me habló de este país en 1997, pero por aquel entonces a mí no me interesaba. Ni siquiera me planteaba visitarlo. Ahora pienso en repetir pronto, y ojalá que pueda visitar la parte norte o este. Hablamos también de los Balcanes. Me sorprende ver cuánto controla, y me explica que en su edificio en Stadtallendorf vivía gente de Croacia, Serbia y Kosovo, así que siempre lo ha tenido todo muy presente. En cierto modo, envidio ese ambiente multicultural en el que ha vivido, aunque muchos (alemanes y no alemanes) piensen que vivir en un ghetto “turco” sea algo poco prestigioso. Me encanta su mentalidad tan abierta y quiero creer que muchos turcos son así, aunque también me imagino que habrá muchos que no lo sean. Como en todas partes.
A las 9:30 salimos escopetados para encontrarnos con Abdurrahman. Propone llevarnos a un lugar cerca de Sultanahmet. Necesitamos ir en metro. No entiendo muy bien por qué, pero se crea una atmósfera extraña. Por un momento pienso que no ha sido buena idea juntar a Abdurrahman y a Hakan; creo que ambos tienen visiones muy diferentes de todo y me siento incómoda. Además, el que hablen todo en turco tampoco me permite apreciar dónde pueda estar exactamente el problema. Llegamos al lugar: un salón en el que hay pequeñas mesitas y silloncitos ocupados por turcos fumando narguilas. Las paredes están recubiertas de alfombras y el techo, pintado. Me gusta el ambiente. Pedimos una narguila con tabaco de manzana para compartir Hakan, Alfonso y yo. Para tomar, té, dado que en un lugar como éstos no sirven alcohol. Nos explican cómo fumar. No es difícil. Nos tomamos algunas fotos mientras hablamos. Por momentos me relajo, dado que veo que la tensión que había antes desaparece y ya todo el mundo sonríe.
El diálogo lo interrumpe de repente un mensaje de mi vecina desde Belgrado: acaba de ver en la CNN que ha estallado una bomba en una calle peatonal de Estambul y quiere saber si estamos bien. Le respondo y al mismo tiempo mando un sms a casa para que no teman. Más tarde, en el taxi que nos lleve de vuelta a Taksim los chicos nos explicarán que ha habido 15 muertos y más de 150 heridos. Todavía no se sabe si ha sido Al-Qaeda o el PKK, aunque habiendo atentado en una zona pura y dura turca, mucho me huele que se tratará del segundo grupo. Por momentos, siento ganas de huir, pero intento tranquilizarme de inmediato. Esto mismo te puede pasar en España, me repito una y otra vez.
Me despido de Hakan, que tiene que regresar a casa porque mañana madruga para llegar a hora al trabajo (¡4 horas de transporte público cada diaaa!), pero continuamos la noche con Abdurrahman. Desde Istiklăl , se desvía por alguna callejuela y nos lleva a Araf. Es un local que está situado en el piso superior de un edificio. Parece que este tipo de locales son bastante comunes en la ciudad. No tengo muchas ganas de bailar y la música está demasiado alta para mi gusto. Al rato, se va la luz y decidimos sentarnos en un rincón a charlar. Continuaremos preguntándole a Abdurrahman sobre cuestiones relacionadas con su vida de derviche, y nos acabara explicando que no sólo los hay en Turquía, sino en numerosos países del mundo. Asimismo, hay grupos de mujeres también. A la vuelta de la luz y de la música, Alfonso y yo nos marcaremos una canción de salsa con bastantes vueltas y payasadas. Decidimos abandonar el local y vamos a comer, ya que el pobre chaval no ha comido nada desde hace horas. Nos acercamos a un local de pescado que está en el Balik Pasari. Pruebo un pincho de mejillones rebozados en salsa de ajo. Están deliciosos, pero no quiero comer muchos porque temo que me sienten mal a estas horas de la madrugada.
Probamos a encontrar suerte en un par de locales más, pero están cerrados. Según Abdurrahman, el centro está vacío y lo achaca al miedo que probablemente habrá sentido la gente por los atentados. Son las 2 y decidimos retirarnos, ya que a las 4 salgo para el aeropuerto y antes quiero ducharme. Casualmente, ya en nuestro camino al retiro, toparemos con 3 chicos madrileños que hemos conocido por la mañana. Estamos hablando tranquilamente e intercambiando teléfonos con Alfonso para poderse encontrar en los próximos días, cuando sin saber cómo entran en el grupo una rubia y dos gays. La chavala le suelta a uno de los españoles que lo quiere esa noche y que se vaya con ella. El chaval se la mira y le dice que no, aunque en el fondo parece no estar convencido. Cuando los tres personajes desaparecen, el español parece nervioso y comenta que siente tener novia en momentos como esos. Hablamos de las necesidades sexuales en los duros días de interrail o viajes similares, y Alfonso y yo nos retiramos pronto.
En la pensión, nuestras maletas parecen intactas. A las 3 de la mañana me ducho con agua fría, porque no la hay caliente. Arreglo la mochila, organizo mis cosas, pongo el despertador y me tumbo un ratito. Sólo tengo 40 minutos para descansar. Me duermo en cuestión de segundos.
Preguntamos por la dirección de nuestro albergue a los encargados de los puestos de flores, a los taxistas,… y nadie sabe dónde está el Chillout Cengo, así que llamamos. No tardamos en encontrarlo. Es un portal viejo, pero eso no quiere decir nada. El primer piso está pintado de colores variados y vivos. Me gusta, pero al subir a las habitaciones, flipamos. Nos toca dormir en un minidormitorio con 10 personas más, y desde allí comunica a otro dormitorio con más gente. Me voy a duchar y el baño apesta. Aquello es asqueroso; menos mal que sólo será para una noche. Al salir, Alfonso me comenta que dos de las chicas que se van le han comentado que no se puede dormir: demasiada música y fiesta en la calle y demasiada gente.
Ya en la calle, vemos a escasos metros el hotel Yonka. Le preguntamos precios a un señor sonriente. Nos cobran 50 liras la noche y 30 por la individual, ya que Alfonso se quedará dos días más. Miramos la habitación y está igualmente asquerosa, pero por casi el mismo precio tenemos una habitación doble. Al final, aceptamos quedarnos y vamos al Chillout Cengo a por nuestras cosas. Tememos que nos hagan pagar una noche, pero ni siquiera eso. ¡Qué bien!
Al regresar al Yonka, les pedimos que nos cambien las sábanas. El jovencito que se encarga de hacerlo dice que ya las ha cambiado, pero a mí me da que no. En la cama en la que me toca dormir, creo que ha pasado alguien antes, así que insistimos. Al final el niñato pilla un rebote enorme, y acaba subiendo otra señora. Al bajar, se acabaron las sonrisas del primer momento. Ambos sentimos miedo de que nos quiten, roben, estropeen,… algo. No las tenemos todas con nosotros.
Nos sentamos en un Starbucks y tomamos desayuno. Me zampo un pastel de manzana que está de vicio y no puedo acabarme la tremenda taza de café con leche que me han puesto. Después cambiamos dinero, comprobamos los horarios de salida del autobús al aeropuerto y nos dirigimos a Calip Dede a comprobar si esta noche hay actuación de derviches, tal y como hemos leído en la guía, y a pillar algo de música. A medida que bajamos por Istiklăl Caddesi, sigo acordándome de momentos de aquel viaje anterior… no puedo evitarlo.
Entramos en la primera tienda de música y me acabo comprando 4 cds. Salimos e inmediatamente topamos con el cartel en el que anuncian el espectáculo de derviches. Se nos acerca un joven moreno y con barbita. Dice que son 80 libras, pero que nos lo deja por 60. Personalmente, me apetece ver el espectáculo. Sé que será una turistada, pero al final no fuimos a Kenya, ciudad de derviches y sufismo, y he leído que ese grupo de Estambul también es bastante representativo. El chaval insiste en que no son bailarines, que son auténticos derviches y, sin darnos cuenta, la conversación se va yendo por las ramas y acabamos quedando para salir de marcha esa noche.
En nuestro descenso por Calip Dede, planeamos bajar hasta Eminönu, ver otra vez las mezquitas, comer algo y subir para estar a las 4:30 en el teatro. Caminamos tranquilamente. Alfonso se toma un zumo de naranja y más adelante me quiere mostrar la tienda en la que se va a pillar el saz, pero está cerrada. Es domingo. Seguimos andando y a mano izquierda vemos un hostel, en donde entra para preguntar por el alojamiento, ya que no nos satisface totalmente lo que tenemos. Le dicen que allí no tienen, pero que cerca de Taksim hay alojamiento en I-House, así que de nuevo cancelamos planes y nos subimos a buscar el alojamiento. Lo encontramos, lo reservamos y decidimos ir a comer porque no nos queda tanto tiempo. Nos metemos en un local turco donde nos sirven un delicioso adana kebab y un zumo de fruta natural. Me sabe a gloria. Después, nos perdermos por otras callejuelas que no conocemos y encontaremos una agradable tetería. Yo me tomaré un té de azafrán, que está bueno, aunque demasiado intenso para mi gusto.
Somos puntuales a nuestra cita con los derviches, pero nos desencantamos de inmediato a ver que el teatro está plagado de españoles. Nuevamente sacamos nuestra estrategia y esta vez nos comunicamos en müdürlügü. ¡Quü hürrür!... El espectáculo más que gustarme, me parece interesante, curioso, y algo repetitivo. Nos pasamos el tiempo echando foticos y a la salida toparemos de nuevo con Abdurrahman, el chico de las entradas. Tras algunas preguntas, nos acabamos enterando que también él baila en el grupo y que no se trata de un espectáculo para turistas, sino que realmente siente esa conexión entre el mundo real y el más allá y que cada baile lo llena de energía. Acordamos vernos más tarde y yo salgo en dirección a Calip Dede. He quedado allí con Hakan, un amigo turco que conocí hace 10 años en Alemania y que no he visto desde entonces.
Nos reconocemos de inmediato. Él está igual; dice que yo tampoco he cambiado. Me lleva a cenar a un restaurante que suele frecuentar. Pide varios entrantes y para beber, raki. Lo acompaño en la bebida, pero me sorprende que sea y se sirva igual que el ouzo griego. Lo pienso, pero me guardo el comentario. Curiosamente, yo pensaba que se parecería más al aguardiente serbio, que mantiene un mayor parecido en la forma de denominarlo: rakija. Tomo el raki, pero lo combino con abundante agua porque no me encanta. Comemos ensalada de berenjena, alcachofa con patatas y guisantes, una salsa roja picante cuyo nombre no recuerdo,… y más tarde, compartimos un kebab y unas chuletas. Todo está riquísimo. Me gusta hablar con él y le recuerdo cuánto ha cambiado mi visión sobre Turquía en estos diez años. Fue él quien primero me habló de este país en 1997, pero por aquel entonces a mí no me interesaba. Ni siquiera me planteaba visitarlo. Ahora pienso en repetir pronto, y ojalá que pueda visitar la parte norte o este. Hablamos también de los Balcanes. Me sorprende ver cuánto controla, y me explica que en su edificio en Stadtallendorf vivía gente de Croacia, Serbia y Kosovo, así que siempre lo ha tenido todo muy presente. En cierto modo, envidio ese ambiente multicultural en el que ha vivido, aunque muchos (alemanes y no alemanes) piensen que vivir en un ghetto “turco” sea algo poco prestigioso. Me encanta su mentalidad tan abierta y quiero creer que muchos turcos son así, aunque también me imagino que habrá muchos que no lo sean. Como en todas partes.
A las 9:30 salimos escopetados para encontrarnos con Abdurrahman. Propone llevarnos a un lugar cerca de Sultanahmet. Necesitamos ir en metro. No entiendo muy bien por qué, pero se crea una atmósfera extraña. Por un momento pienso que no ha sido buena idea juntar a Abdurrahman y a Hakan; creo que ambos tienen visiones muy diferentes de todo y me siento incómoda. Además, el que hablen todo en turco tampoco me permite apreciar dónde pueda estar exactamente el problema. Llegamos al lugar: un salón en el que hay pequeñas mesitas y silloncitos ocupados por turcos fumando narguilas. Las paredes están recubiertas de alfombras y el techo, pintado. Me gusta el ambiente. Pedimos una narguila con tabaco de manzana para compartir Hakan, Alfonso y yo. Para tomar, té, dado que en un lugar como éstos no sirven alcohol. Nos explican cómo fumar. No es difícil. Nos tomamos algunas fotos mientras hablamos. Por momentos me relajo, dado que veo que la tensión que había antes desaparece y ya todo el mundo sonríe.
El diálogo lo interrumpe de repente un mensaje de mi vecina desde Belgrado: acaba de ver en la CNN que ha estallado una bomba en una calle peatonal de Estambul y quiere saber si estamos bien. Le respondo y al mismo tiempo mando un sms a casa para que no teman. Más tarde, en el taxi que nos lleve de vuelta a Taksim los chicos nos explicarán que ha habido 15 muertos y más de 150 heridos. Todavía no se sabe si ha sido Al-Qaeda o el PKK, aunque habiendo atentado en una zona pura y dura turca, mucho me huele que se tratará del segundo grupo. Por momentos, siento ganas de huir, pero intento tranquilizarme de inmediato. Esto mismo te puede pasar en España, me repito una y otra vez.
Me despido de Hakan, que tiene que regresar a casa porque mañana madruga para llegar a hora al trabajo (¡4 horas de transporte público cada diaaa!), pero continuamos la noche con Abdurrahman. Desde Istiklăl , se desvía por alguna callejuela y nos lleva a Araf. Es un local que está situado en el piso superior de un edificio. Parece que este tipo de locales son bastante comunes en la ciudad. No tengo muchas ganas de bailar y la música está demasiado alta para mi gusto. Al rato, se va la luz y decidimos sentarnos en un rincón a charlar. Continuaremos preguntándole a Abdurrahman sobre cuestiones relacionadas con su vida de derviche, y nos acabara explicando que no sólo los hay en Turquía, sino en numerosos países del mundo. Asimismo, hay grupos de mujeres también. A la vuelta de la luz y de la música, Alfonso y yo nos marcaremos una canción de salsa con bastantes vueltas y payasadas. Decidimos abandonar el local y vamos a comer, ya que el pobre chaval no ha comido nada desde hace horas. Nos acercamos a un local de pescado que está en el Balik Pasari. Pruebo un pincho de mejillones rebozados en salsa de ajo. Están deliciosos, pero no quiero comer muchos porque temo que me sienten mal a estas horas de la madrugada.
Probamos a encontrar suerte en un par de locales más, pero están cerrados. Según Abdurrahman, el centro está vacío y lo achaca al miedo que probablemente habrá sentido la gente por los atentados. Son las 2 y decidimos retirarnos, ya que a las 4 salgo para el aeropuerto y antes quiero ducharme. Casualmente, ya en nuestro camino al retiro, toparemos con 3 chicos madrileños que hemos conocido por la mañana. Estamos hablando tranquilamente e intercambiando teléfonos con Alfonso para poderse encontrar en los próximos días, cuando sin saber cómo entran en el grupo una rubia y dos gays. La chavala le suelta a uno de los españoles que lo quiere esa noche y que se vaya con ella. El chaval se la mira y le dice que no, aunque en el fondo parece no estar convencido. Cuando los tres personajes desaparecen, el español parece nervioso y comenta que siente tener novia en momentos como esos. Hablamos de las necesidades sexuales en los duros días de interrail o viajes similares, y Alfonso y yo nos retiramos pronto.
En la pensión, nuestras maletas parecen intactas. A las 3 de la mañana me ducho con agua fría, porque no la hay caliente. Arreglo la mochila, organizo mis cosas, pongo el despertador y me tumbo un ratito. Sólo tengo 40 minutos para descansar. Me duermo en cuestión de segundos.
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